Te invitamos a leer este artículo que nos comparte nuestra colaboradora Erika Guzmán. Esperamos que te sea de gran ayuda. Mira un adelanto:
“Recuerdo aquel verano del 2006. “Quiero que participes del internado ‘FTE: Economics for Leaders’”, me dijo mi profesora de undécimo grado. A pesar de que el título no me parecía nada emocionante ni divertido, pensé que nada sería peor a quedarme aburrida en mi casa. Por lo que, con maleta en mano y sin ninguna expectativa, allá fui.
Una tarde nos dijeron: “pónganse ropa cómoda”. Así que allí estaba yo, con mis pantalones de hacer ejercicios grises, una camisa roja de Superman y tenis deportivas (blancas por cierto), lista para la dinámica de esa tarde. Nos vendaron los ojos y, con unas llaves, comenzaron a hacer ruido. El sonido producido por las llaves era nuestro único guía hacia el destino final. Era muy difícil, no sabíamos a dónde nos llevaban y, además, el ruido de los alrededores provocaba que se perdiera el sonido que debíamos seguir.
Finalmente, cuando llegamos a nuestro destino, colocaron mi mano derecha en una soga, y me dijeron al oído: “Síguela, no la sueltes”.”
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